Larga crónica de un hincha azul, nos hace un repaso de sus recuerdos y el titulo 14 de Millonarios. En Noticias Millos publicamos el sentimiento de la hinchada embajadora.
-CRÓNICA
Como
una vez lo imaginé.
Algunas veces recordamos con nostalgia, otras veces
recordamos con necesidad, incluso en ocasiones recordamos con tristeza. Pero
esta vez, por primera vez en la vida, recuerdo con la mano pegada al corazón.
Recuerdo muy bien el
10 de diciembre de 1994. A mis escasos 10 años de vida llegaba a una ciudad
distinta a la mía. Con gente distinta a la mía, con costumbres ligadas a la idiosincrasia,
idiosincrasia que no era la mía. Había llegado ese 10 de diciembre a una ciudad
llamada Barranquilla.
No era para menos, mi
semblante de niño 'rolo' en aquellos días causaba un frenesí en el colegio
en el que me tocaba
estudiar. No solo por mi acento, ni mi fisonomía distinta a aquellos costeños y
menos por mis hábitos ajenos a los suyos, no. Fue porque era y soy hincha de un
equipo que no es de esa tierra. Amante, seguidor y enfermo por el más grande
del futbol colombiano: Millonarios.
Recuerdos y más recuerdos
Hacía unas semanas en
ese mismo año 1994 Millonarios había perdido el título ante Atlético Nacional,
solo por una diferencia de 0,25 puntos de bonificación. Injustamente como en
1989 y frente al mismo rival. Una vez más el más veces campeón se quedaba sin el
título. Fue ahí cuando comenzó el sueño. Fue la primera vez en mi vida que
seguí a Millonarios en una definición de un título: tenía apenas 10 años y mi
mente empezaba a maquinar, a hacerse ilusiones, a querer festejar como loco, a
querer contarle a mis nietos como mi equipo del alma contaba sus estrellas
hasta llegar a la 14, de la misma forma que mi abuelo lo hacía conmigo.
Realmente el
verdadero protagonista de esta crónica no soy yo. Es el, mi señor abuelo de 76
años y uno de los pocos en Colombia que han podido ver a Millonarios coronarse
desde 1949 hasta el 2012: Víctor Manuel Ramírez.
Pero sigo con mi
historia, porque ese 10 de diciembre de 1994 me baje del avión que me llevó
desde Bogotá a mi 'nueva ciudad'. Ciudad que me entregó mucho pero que nunca me
quito el amor a Millos, al contrario lo acrecentó aun más. Recuerdo que cuando
Millonarios perdió el título de ese año mi abuelo me recordó que si iba a vivir
a una ciudad distinta lo único que debía tener presente era que supiera de
donde venia, de donde era y a quien amaba.
El comienzo de la promesa
Desde ese momento me prometí
que alguna vez tendría que ir a abrazar a mi abuelo para darle
gracias por este
sentimiento, por esta pasión, por este amor. Tenía que volver a abrazarlo cuando
la estrella 14 se encumbrara en el cielo bogotano. Una promesa que empecé a
imaginar.
No fueron fáciles mis
7 años viviendo en Barranquilla. Conservaba mis amigos y mis costumbres pero
siempre rayaba en la polémica cuando me encontraba con un juniorista y me hacían
chistes estúpidos y comparaciones ridículas como: '¿yo ya vi a mi equipo campeón y tú?' o 'Millonarios quedaba campeón solo cuando jugaban cuatro equipos'.
En esos momentos me llenaba de orgullo y valores de juicio para hacer de esos
señalamientos mis oídos sordos.
Se me erizo la piel
cuando en 1996, Millonarios anunció tal vez a uno de los últimos ídolos de la
hinchada: el argentino Ricardo Gabriel Lunari. No solo me alegre cuando llegó,
porque traía grandes pergaminos en la U Católica. Me alegre más aun cuando supe
que su debut iba a ser en la ciudad que me había adoptado unos meses atrás.
Recuerdo ese día y Millonarios llego al Metropolitano con una deuda a cuestas,
condenado a enmendar errores, obligado a dejar atrás la nefasta campaña de 1995
donde casi nos vamos al descenso en un mano a mano imperdible las últimas
fechas cuando el sacrificado para jugar el ascenso fue el Cúcuta Deportivo.
Esa tarde me fui para
el 'Metro' como le dicen allá. Acompañado de un amigo de mi mamá y su hijo,
obviamente hinchas del Junior. Con mi camiseta patrocinada por cerveza Leona y
confeccionada por la marca Torino, entraba a oriental alta. Muy cerca de la
parcialidad de Millonarios que venía desde Bogotá y muy lejos de la del Junior
afortunadamente.
Un baile tremendo les
dio el argentino en su debut. Caños, ochos, toques de primera, desmarcaciones rápidas,
piques fulminantes y llegadas con demasiado peligro pusieron el 1-0 como a los
20 minutos del primer tiempo. No recuerdo quien anotó, creo que fue Flaminio
Rivas o Jhon Mario, no sé. Lo único que sé es que fue mi primera vez para ir a
ver a Millos fuera de El Campín. El
baile fue tal que el partido había terminado tres a cero a favor del azul, y
como no, los elogios para 'El Mono' no se hicieron esperar.
Aun desempolvo y miro
con nostalgia la página casi amarillenta del diario 'El Heraldo' al día siguiente
del triunfo de Millos ante 'El Tiburón'. 'Millonarios
con Lunari, goleo al Junior 3-0', reza el titular de primera página del diario
barranquillero con foto incluida del festejo de los jugadores de Millos luego
de uno de los tres goles.
Lleno de nostalgia
Sin embargo en esos 7
largos años que estuve lejos de mi abuelo, de mi familia, del Campín, de mi
ciudad, pude llevar en mi mente los recuerdos de cada partido que escuchaba por
Radio Mar Caribe, la radiodifusora de la costa que de vez en cuando transmitía
partidos de mi equipo. Podía recordar las anécdotas que mi abuelo me contaba
cuando veía a su Millonarios del alma por allá en los cincuentas, sesentas o
setentas. Me relataba de Di Stefano y su magia goleadora, sus chilenas, su
orden para jugar, su velocidad endiablada y la facultad que tenía para no
tirarse al suelo cuando driblaba adversarios y estos le caían a patadas.
Me hablaba de anécdotas
como cuando Millonarios en 1975 jugó un amistoso en una gira que hizo Unión de
Santa Fe a Bogotá. En Unión atajaba el legendario arquero Hugo Gatti. En un
tramo del partido que Millos gano 4-1, el portero argentino se sentó
literalmente en el travesaño del arco norte de El Campín ante el asombro y
admiración de los que fueron al estadio, incluido mi abuelo. Miguel Ángel
Converti lo vio sentado en el palo a más de 35 metros de distancia y quiso
hacerle un gol desde semejante lejura. Al momento, el portero se incorporó en
su posición y detuvo el remate de Converti. Esas y muchas anécdotas más hacen
parte de la memoria prodigiosa de mi abuelo.
Eso sin dejar de lado
en su mente los goles de Willington, las jugadas de Klinger, el orden de
Pedernera o las gambetas de Sekuralak. Todo eso y más recuerdos me los enseño
mi abuelo, solo
el. Me enseño a amar a Millos, a quererlo en las
buenas y malas. ‘Es que yo a Millonarios
no lo quiero, yo lo adoro’, es su frase favorita, ¡qué grande!.
Alucinaba yo cuando
escuchaba sus historias, también los fracasos y penurias que tuvo que vivir al
lado del radio y la televisión cuando llevaba más de 20 años sin regresar al
estadio. 'Yo vi a Millonarios ser el
mejor equipo del mundo, todos se preparaban para ganarle y ahora no voy al
estadio porque me da piedra que cualquier equipito le gane acá en Bogotá'.
Esa era la corta pero sincera reflexión que me daba cuando le preguntaba el porqué
llevaba tanto tiempo sin ir al coloso de la 57.
Sus silabas de alegría
y llanto a la vez al recordar ese Millonarios-Botafogo de 1964. La selección
brasileña de Chile 62 integraba al equipo de Rio de Janeiro que llegaba a Bogotá
a disputar un partido amistoso. 'Compre la boleta desde el viernes y me fui a
las 10 de la mañana al palacio del colesterol a tomar cerveza y comer rellena.
Esa fue la única vez que llore en el Campin y no precisamente de felicidad' Millonarios se fue
ganando el primer tiempo por 3-1, el arquero de Botafogo y la selección brasileña,
Gilmar, entro llorando al camerino luego de los primeros 45 según me cuenta mi
abuelo. Al terminar los 90 el resultado había sido nefasto: Botafogo dio una
remontada histórica y le gano a Millonarios 6-5. Ahí fue cuando mi abuelo, ese
que siempre me mostro el amor por el club, lloro por primera vez por ver perder
a Millonarios.
Son muchas, muchas
las anécdotas que mi abuelo me ha contado del equipo. Pero son más las que
guardo en mi memoria. Como un miércoles en la noche, en julio del 2000.
Millonarios llegaba nuevamente al Metropolitano a jugar contra el Junior. Esa noche
no fui a verlo. Lo seguí por la televisión.
Fue la única vez en mis siete años en esa ciudad, en la que no fui a
verlo al estadio. Me dolió, me arrepentí, llore por haber dejado solo al equipo
ya que los que recuerden esa nefasta noche mi equipo amado caía
estrepitosamente por 5 a 0 frente a los barranquilleros.
Ese instinto asesino
de dolor y frustración por no haber ido al estadio se incrementaron al día siguiente
cuando llegue al colegio y todos mis amigos (que eran de la barra Frente
Rojibanco Sur) hacían gala de sus cinco dedos de la mano para saludarme y recordarme
lo que había pasado la noche anterior. En momentos como ese volvía a recordar
que tenía una deuda con Millonarios, con
la historia, conmigo mismo y más aun con mi abuelo. Los años pasaban y los
torneos también.
Me cansaba de ver campeón
a todo el mundo, los rojos, los verdes, los costeños, los provincianos, los del
descenso y también los que haciendo trampa alzaban la copa en el último minuto,
como en 1996. Copa que solo le pertenecía a Millonarios y que se la arrebataban
aquellos que nunca hacían meritos y que solo con la ausencia del azul de 24
años se pudieron crecer.
Nuestra gran diferencia
Continuaron pasando
torneos, regrese a mi ciudad luego de siete años y en mi mente seguían los
recuerdos del Millonarios de 1999. Con las 29 fechas de invicto, con Chitiva pintándole
la cara a todos, con los goles de Tilger, los tiros libres de 'La Guama' Cardona
y las lágrimas de los rivales cuando Burgues atajaba un penal. Recordaba cómo
le habíamos ganado al Unión Magdalena en junio del 95 y nos sacábamos una
sequia de más de 10 partidos sin victorias. Le hacíamos 'moñona' al descenso en
ese año y el que se iba era el Cúcuta luego de un 6-1 ante el Cali en la misma
fecha donde un gol de Marcio Cruz se arrinconaba en la red del arco sur del Unión
Magdalena en el Campin. Aproximadamente 18 mil espectadores llegaron ese día al
estadio para apoyar a Millos. Yo desde mi radio rogaba al Altísimo para que ganáramos
y no escribiéramos una página tormentosa en nuestro dorado libro por muchos
años.
Al final Millonarios
se alzo con la victoria, uno a cero le ganamos al 'Ciclón' y nos habíamos
salvado del descenso luego de la derrota del Cúcuta en su estadio ante el Cali
a falta de dos fechas. Me preguntaba yo, ¿como podían 18 mil hinchas ir a un
estadio a ver a un equipo que no gana hace 10 fechas, que tenía pinta de
descendido, que no jugaba bien y más aun un miércoles en una fría noche? La respuesta la tuve cuando grite de
felicidad cuando se acabaron los 90 minutos, ahí supe que esos 18 mil que
estaban en el Campin tenían el mismo amor que yo, la misma pasión, la euforia y
todos esos ingredientes que nos hacen únicos en Colombia y diría yo que en el
mundo entero también.
Si mis recuerdos
siguen funcionando se me viene a la cabeza el Millonarios del 2002, el del 'arroz
con huevo’ ¿recuerdan? El del 2003 que nos saco de una final un cabezazo de
Milton Rodríguez en el último minuto contra el Cali. La copa Merconorte del
2001 con atajada incluida de Dudamel. Todos esos recuerdos siempre estuvieron
acompañados de mi abuelo, que seguía ahí, inclemente ante los desafueros de 24
años de sequia y decadencia. Mi promesa estaba imberbe para esperar cumplirse y
en algún momento sabia que se haría realidad.
Se consuma la ilusión
El día que asumió
Richard Páez como nuevo DT de Millonarios supe que comenzaba una nueva era, sabía
que los fracasos decían adiós, mantenía la esperanza de poder decir 'este año
si fue'.
Días después vi
llegar a Mayer, Osorio Botello, 'Ganiza' Ortiz, 'Caracho’ Domínguez y Toloza entre
otros más. Fueron llegando los resultados, pero a su tiempo. Un equipó empezó a
formarse, con una nueva identidad con jugadores que se volvían insignias como
Toloza, Candelo y Cichero. Otros que se consolidaron como héroes con sello
propio: el caso de Rafa Robayo que adquirió su mejor momento en el club a
finales del 2011. Sin embargo, cada que veía un partido con mi abuelo, sentía
que no estaba completo, que le faltaba algo y que debía hacer algo para que el,
que
siempre le dio su
aval al equipo, se lo otorgara de nuevo.
Una vez mi tío me conto que alguien le dijo a mi abuelo: 'El día que Manuel vuelva al estadio
Millonarios es campeón'. Alguna vez le propusimos a mi abuelo que volviera
al estadio, pero su nerviosismo ante el resultado, la entrada al mismo y
ciertos asuntos de comodidad terminaron por declinar nuestra propuesta.
Mi abuelo seguiría
viendo a Millonarios por televisión. De
hecho ya llevaba más de 35 años asistiendo ininterrumpidamente a cuanto cotejo
Millonarios participara. Su última
visita a El Campín había sido en 1988.
Llego la temporada
2012. El clásico en la primera fecha y
con un equipo base pero sin ya Richard Páez como DT. Ahora asumía Hernán
Torres, el gran responsable, el técnico número 30 desde Luis García en 1988,
con la responsabilidad a cuestas de dibujarle una sonrisa en diciembre a 8
millones de hinchas en el territorio nacional y a un gran puñado de millones más
alrededor del globo terráqueo.
Las nuevas caras como
Rentería y Román Torres, prometían un equipo que complementara y superara los
hecho en 2011. Todo comenzó bien, con el clásico 2-0. Luego en la victoria en
Neiva y en el Campin con La Equidad ponían a soñar a miles de hinchas y en
especial a mi abuelo y a mí. Cada tanto
en los almuerzos del sábado en la casa de el tocábamos el tema. 'Me gusto el partido de Millos' me decía el viejo para iniciar una tertulia
que duraría varios minutos evocando la victoria conseguida y sacándome nuevamente
una anécdota de años atrás que reposaba en su memoria.
En ese momento, ahí
me di cuenta que el sueño no estaba lejos. Aunque mi abuelo no contemplaba
volver al Campín a ver a Millos, si veía en él una luz de esperanza, lo veía tranquilo,
conforme, feliz y a gusto con el sueño que en el inicie y quería terminar en el
pasado diciembre.
Pasaron muchos
partidos, incluido el golpe bajo en Madrid, que solo sirvió para darnos ánimos,
garra y temple. Le toque el tema a mi abuelo, sin embargo no se amilanó ante
los ocho goles que recibimos. 'Ningún
equipo en Colombia se ha dado el lujo de jugar en el Bernabéu, solo Millonarios'.
Fue lo que me respondió luego de
abordarle el tema. Sin esbozar preocupación alguna y como solía hablar de
tranquilo cuando veía a Millonarios en la época de ‘El Dorado’.
Cada día, la ilusión
llegaba con más fuerza. Al pasar los partidos consumaba más mi sueño, mi promesa, mi ilusión
que empecé a forjar desde el 10 de diciembre de 1994. Pasaron más partidos: el
clásico con el gol de Mayer, la victoria en Cartagena, los triunfos contra
Quindío y Cúcuta y el agónico triunfo en Ibagué. Eso sin contar los periplos que el equipo tenía
de 'capotear' al jugarse la vida en liga y suramericana al mismo tiempo. Eso
nos hacía más grandes, eso me hacía pensar con mas ahínco que el sueño era
posible, muy posible.
Llego la hora
16 de diciembre, 2:45
de la tarde y me alistaba en la casa familiar con todos mis parientes para
iniciar algo que la costumbre de la familia Ramírez llevaba desde antes que yo
naciera. Iniciábamos ese día la novena de navidad enfrente de un pesebre. Todos
allí reunidos, toda mi familia, toda azul, con camisetas, banderas y un corazón
repleto de esperanza. Y a mi izquierda, sentado con sus manos en las rodillas,
estaba el. El hombre que desde los 4
años me comenzó a enseñar este amor entrañable, a defenderlo con fuerza, a ilusionarme
cada nada, cuando ganábamos o perdíamos. Rece esa novena con dos peticiones
especiales a nuestro padre que está en cielo: una de ellas era levantar la copa
en esa noche especial.
No pude ir al estadio
ya que las boletas escaseaban, a cambio de eso me sentaría al frente del TV a
verlo con toda mi familia, mas de 20 personas estábamos pegados ahí. Hacía mucho
tiempo no veía un partido completo sentado al lado de mi abuelo y mi abuela.
Luis Sánchez dio el pitazo inicial, me persigné, hice una oración a mi padre
celestial y enseguida mire a mi abuelo, le toque la mano y lo mire a los ojos.
No necesitamos decirnos nada en ese instante para saber que nuestro amor por
este equipo había pasado límites, sus sueños eran los míos, su ilusión era la mía,
mi deseo era abrazarlo al final y darle gracias luego de los 90 minutos.
Si preguntas a
cualquier hincha de Millonarios cuales fueron los minutos más angustiantes de su
vida te van a decir que fueron aquellos en la definición por penales. ¿Cuántos
gritos guardados?, ¿cuánta ilusión frustrada?, ¿cuántas lágrimas de furor y
tristeza derramadas en 24 años? Todo esto tendría respuesta en el momento en el
que en el arco sur, Luis Enrique Delgado Mantilla, el bumangués, el que había
recibido ocho goles en el Bernabéu, el hombre que tenía a su esposa luchando
contra un cáncer, el mismo que hacía unos meses atrás parecía irse del club a
buscar nuevos rumbos, le atajaba el penal a Andrés Correa.
En ese momento me
tire al piso, lágrimas rebeldes rodaban por mi cara, se me pasaron muchas cosas
por la mente. Un 'flashback' inmediato me recordó las afugias que tenía que pasar
para ver a Millos en Barranquilla, las burlas inconscientes de aquellos que
ignoraban la grandeza, los partidos fallidos de jugadores que no sudaban la
camiseta, las tardes donde no hacia tareas para escuchar Radio Mar Caribe en su
señal deteriorada solo para saber de mi Millos, las veces en que odie a
cualquiera que hacia señalamientos estúpidos hacia el más grande de Colombia,
la Merconorte, la suramericana 2007 y 2012, el penal atajado de Ciciliano, el
gol de Lunari a Higuita en el 96 o el de Osman López al América en el 94.
Esas cosas y muchas más
pasaron por mi mente en tan solo 30 segundos o más, no lo sé. Me levanté y veía
a mi alrededor a mis primos, amigos, familiares, celebrar como nunca había
visto festejar algo a alguien. Mire hacia atrás y este hombre, al que he hecho
referencia en todas estas líneas estaba afuera fumándose un cigarrillo y con
los ojos empapados.
Ahí en ese instante
supe que había cumplido mi sueño, mi ilusión, lo que hacía 18 años atrás había
imaginado. Abracé a mi abuelo como nunca
lo había abrazado, lo besé como nunca lo había besado y le susurré al oído con
mi cara empapada en lágrimas: 'gracias
por hacerme hincha de Millonarios, gracias por enseñarme a amarlo como tú,
gracias por estar aquí. Te amo’.
Nos abrazamos en un símbolo
de amor, de pasión, para cumplir un sueño que tenía guardado abajo de la
almohada. Ya casi un mes y medio después, escribo esta crónica con los ojos a
punto de llorar, con la misma alegría de ese día, con la piel de gallina, con
el recuerdo intacto de esos instantes de júbilo y gloria.
Luego vinieron las
llamadas de mis amigos a felicitarme y la luego la llamada de la mujer que amo,
la mama de mi hijo, la mujer que siempre había estado ahí pero que en ese momento
por cosas de la vida no estábamos juntos. Recuerdo que lo primero que me dijo fue:
'te felicito, has cumplido tu sueño de
niño, me alegro por ti'. Mi llanto no me dejaba hablar, no me dejaba
decirle que también la amaba y que hubiera dado todo por compartir con ella ese
momento, pero el Señor en su infinita sabiduría así lo había dispuesto.
Millonarios salió campeón,
alzo la copa y dio la vuelta. Un acontecimiento que muchos habíamos esperado
toda la vida. Nunca un titulo estuvo en mejores manos, nunca ninguna hinchada
le había dado tanto a un club, nunca nunca ningún equipo había sido tan
trascendente en una conquista de este tipo. Claro, solo Millonarios.
Hoy veo de nuevo los
videos de esa noche no solo para recordar lo que paso. Los títulos llegan y se
van, pero lo que realmente importa es con quien los compartas. Yo puedo decir
que lo compartí con el que me enseñó, con mi abuelo, como cuando tenía 10 años,
como una vez lo había imaginado.
Siempre he sido tuyo, lo digo con orgullo, Millonarios de
mi amor.
Cortesía: Dario Lozano Ramírez.
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1 comentarios:
Dario;gracias por tu muy emotiva crónica, y a tu abuelo un abrazo azul.Tu abuelo es un hermoso ejemplo de como se debe amar a millos y nosotros los hinchas de ahora debemos convertirnos en los bastiones para que las nuevas generaciones sientan la misma pasión azul que nos invade.
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